viernes, 11 de marzo de 2011

La religión de la libertad.

Eugène Delacroix, “La Libertad guiando al pueblo”, 1830.

Una vez más la genial pluma del padre Leonardo Castellani, nos describe con agudeza, cómo el liberalismo, y su tan afamada y repetida palabra “libertad”, es lo que podemos llamar una “religión”. Un ídolo. “La categoría “Religioso” no depende del contenido que se afirma sino más bien de la manera de afirmarlo. Uno puede incluso amar a una mujer de un modo tal que su acto sea una religión (mala) haciéndola de hecho un idolillo. Cualquier afirmación absoluta es de hecho religiosa; y por tanto, cuando su contenido fuere relativo, idolátrica”. (Castellani, Pluma en ristre, pág. 29).


La religión de la libertad.

El liberalismo es una herejía cristiana. ¿Y qué es un hereje cristiano? Dicho también así en el estilo de Don Procopio, es aquel que es cristiano por un lado y no es cristiano por otro lado; y que es mucho peor que si fuera incristiano por todos lados. Por lo menos, en este país.
Benedetto Croce subtituló su libro de historia del liberalismo eu­ropeo La religión de la libertad; y no estuvo mal, al contrario. Hace dos años, a raíz de su traducción argentina, hicimos un rendiconto de este libro; y algunas gentes han dado, ahora en la flor de hallarle a aquel nuestro artículo malicia anteactiva; y debemos defendernos, pues no tiene malicia anteactiva ni retroactiva, ni de ninguna mane­ra; como dijo aquel predicador: «Los padres tienen obligación graví­sima de educar a sus hijos, sean varones, sean mujeres, o de cualquier sexo que sean». Nosotros aquí no somos predicadores: no estamos «en función» cuando escribimos aquí, no «oficiamos» de cura. No hacemos propaganda ni contrapropaganda a ninguna religión. Sim­plemente queremos que la gente sepa de qué se trata y si elige una religión cualquiera (como es un derecho indudable), que sepa lo que elige. En suma, tratamos de educar a nuestros hijos, varones, muje­res, o de cualquier sexo que sean; y lo Consideramos una obligación grave. Porque esto tiene de curioso esta religión moderna: que trata de que sus adeptos no sepan qué es una religión. En eso, pues, Croce estuvo muy bien; y se portó como un verdadero filósofo.
Este artículo no tiene por objeto repetir lo del anterior, sino estu­diar a la luz de la historia las características que esta «religión de la li­bertad» ha tomado entre nosotros. No queremos tampoco tomar el tono desenfadado (y por tanto religioso) de Don Ramón Doll [1], cuando dijo que «el liberalismo europeo transportado a nuestro país tuvo los efectos de una damajuana de alcohol en una jaula de monos». Queremos hacerlo en tesitura filosófica y no religiosa. En la tesitura religiosa, ya lo han hecho los papas; y no podríamos superarlos.
Tenemos, pues, que el liberalismo es una religión que tiene por objeto de culto la Libertad; y como es en efecto una religión, tiene to­das las fieras características de todas ellas, incluso el odium theologicum. La libertad es una palabra, muy hermosa por cierto; pero escrita con mayúscula se convierte en un ídolo. En el curso de los siglos, los hom bres han hecho objeto de su culto al sol, a la luna, a los planetas, a hombres inmortales, hermosos y alegres como Júpiter, Apolo y Diana; a la serpiente, al dragón, al león, al águila, al escarabajo; y han llegado en la antigüedad a adorar incluso al cocodrilo; pero estaba reservado a nuestros tiempos la idolatría de una palabra con mayúscula; es decir, de un flatus vocis.
El valor de una palabra es su sentido; pero en este caso, el sentido de la palabra es sumamente vago, y por lo menos bívoco; es decir que la «Libertad» tiene un sentido aplicada a los liberales, y otro sentido aplicada a los no liberales. Si se le diese un sentido propio, se vería en seguida que ése no puede ser un Dios, un Absoluto. «Liberal» en es­pañol significa generoso o dadivoso; y «liberalidad» es la virtud de aquél que es señor de su dinero y no es esclavo de él: una virtud mo­ral, pues, no una religión; virtud de que pueden estar dotados o pue­den carecer completamente (como la experiencia lo muestra) los que se autodicen «liberales». Don Bernardino González Rivadavia no fue muy dadivoso que digamos; por ejemplo.
La Libertad liberal es, pues, una palabra envuelta en una polvareda —otra definición de don Procopio. Me hizo acordar cuando me lo dijo a lo que cuenta la Escritura (Act. XIX) de la llegada de San Pablo a Éfeso. Éfeso tenía grandes entradas en dinero a causa del culto de la Diana Multimamífera —una deidad mezcla griega y oriental—, que era la patrona de la ciudad. El aurífice Demetrios alertó al gremio de los aurífices, y todos los fieles, en contra de ese judío que se dedicaba a destruir los ídolos con «palabras aladas», razonamientos y milagros; y los fieles de Diana se congregaron en la plaza Mayor, y en cuanto San Pablo quiso hablarles, levantaban polvo del suelo y lo tiraban al aire, gritando a grandes voces: «¡La Gran Diana de Éfeso, la Gran Diana de Éfeso, ella sola!...». Así estuvieron, dicen las historias, nada menos que dos horas, hasta que el predicador judío se cansó y se fue. Más o me­nos eso hacen los liberales, solamente cambiando el nombre de Diana por «Libertad». No hay cuidado que, cuando ellos pueden, dejen ha­blar a otro; aunque sea San Pablo. De manera que de lejos, por la pol­vareda y la gritería, parece un malón; pero visto de cerca no es un malón: es un acto de culto.
A causa de esto, nuestra opinión (contradicha en redondo por al­gunos) es que hay que dejarlos no más a los liberales por todo este ve­rano (y aún más tiempo si es necesario) que concluyan el acto de culto. Todos los actos de culto se deben respetar. ¿Quieren festejar la ba­talla de Caseros? Que la festejen. ¿Quieren tapar con ella la batalla de San Lorenzo? Que la tapen. ¿Quieren hacer de Urquiza «un gran psicólogo», como dijo un «gran diario»? Que lo hagan, hasta que se cansen. No hay cultor que no se canse al fin del culto, si se hace muy largo; o que no fatigue a los demás hasta reventar. ¿De qué le hubiera valido a San Pablo hacer una arenga, y aunque fuera un mila­gro, en medio de esa polvareda?

Leonardo Castellani, “Dinámica Social”, Nº 66, febrero- marzo de 1956.



[1] Ramón Doll. (1896-1970). Periodista y escritor argentino, de simpatías socialistas en su juventud, que se incorporaría a la causa nacionalista en 1936. Crítico literario agudísimo y comentarista político de enorme causticidad, su figura ha sido sistemáticamente ninguneada por la cultura argentina oficial, como la de tantos otros escritores nacionalistas. Sus obras más destacables son Ensayos y Críticas (1929), El caso Radowitzky (1929) y El liberalismo en la literatura y la política (1934).