jueves, 15 de marzo de 2012

“Todo esto te daré si postrado me adorares”. Sermón del P. Leonardo Castellani.



La tentación de la humanidad hoy es realizar un reino sin Dios, sin Jesucristo. Es la ciudad del hombre contrapuesta a la ciudad de Dios, excomulgando de su seno todo vestigio de orden cristiano. Reino totalmente contrapuesto a lo fue, en otros tiempos, la cristiandad de la Edad Media, época dónde reinaba el Evangelio, al decir del Papa León XIII. Como siempre, Castellani con su actualidad, a pesar del pasar del tiempo.

Domingo Primero de Cuaresma (II).

De las Tentaciones de Cristo hay mucho que hablar; pero sea­mos breves y notemos tres puntos principales: el Tentador, el Tentado y nosotros.
El espíritu maligno no sabía seguro si Cristo era el Mesías, ni mucho menos si era Dios o no. Parece increíble, con el talento que tiene el dia­blo, y conociendo las profecías mesiánicas mejor que cualquier rabino, que no sacara la conclusión que tantos hombres sacaron. Pero es así, basta leer los Evangelios; además San Pablo dice expresamente que el diablo no hubiera crucificado -por medio de los judíos- a Cristo, si hubiese sabido que era el Hijo de Dios (I Cor II, 8).
Que un Dios se haga hombre es un Misterio Absoluto; es como si dijé­ramos un Absurdo: no cabe en ninguna cabeza creada. Eso no se puede conocer y saber si no es mediante un acto de fe sobrenatural, un acto que es imposible sin la gracia de Dios; la cual el diablo no tiene. La cien­cia no basta para alcanzar la fe; es necesaria también la buena voluntad, de que el diablo carece.
Por eso el fin del Tentador fue, como aparece claramente, no sólo hacer pecar a Cristo sino también sacarse él esa duda; lo cual no consiguió: “Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”. Pero hay que reconocerle al diablo que su atrevimiento es infinito: es un sin­vergüenza, porque no tiene ya nada que perder. ¡Sospechando que Cris­to era una persona divina, haberlo sin embargo agarrado y llevado al Campanario! “¡Qué miedo tendría el maldito -dice Santa Teresa- mien­tras iba volando!”... Pero en realidad no sabemos si fue volando.
El diablo tiene un poder grandísimo -eso muestra este evangelio- y por otra parte es un poder vano, porque se puede vencer “de palabra”, con la palabra Dios.
Gran encomio de la Escritura Sagrada hay en este evangelio: Cristo vence las Tres Tentaciones con el arma de la Escritura. Pero el poder del diablo es tremendo en los que están desarmados. Cuando le dijo a Cris­to: “Todo esto es mío y a quien yo quiera se lo doy”, mostrándole los Reinos de la Tierra -en la política se puede decir que el diablo no tiene rival- Cristo no le respondió: “¡Mentiroso! Todo esto es de Dios, no tu­yo”; no se metió a discutir con él, porque en algún sentido todo eso es, en efecto, del diantre; en el sentido de que hoy día, por nuestros peca­dos, él mangonea todo. Él es el Fuerte Armado, es la Potencia de las Ti­nieblas, es el Príncipe de este Mundo, como lo designó Cristo en otros lugares. Es probable que Satán de nacimiento haya sido el Arcángel que estaba predestinado al manejo y control del mundo material; o por lo menos, de este planeta; y por haber pecado, no perdió ese poder conna­tural para con el pobre “planeta mudo”[1]. Pero todo poder de Dios es.
Eso que llamaban nuestros mayores “vender el alma al diablo” es posible: es la operación que se propuso a Cristo en la Tercera Tentación. Cuando en este mundo a un malvado le va bien incesantemente, se trata un demoníaco; a los inicuos comunes, la moral los castiga a corto plazo. Si Dios no se lo impide, el diablo puede hacer cosas rarísimas con los hombres; y eso yo lo sé por los libros; pero si yo dijera que lo sé sola­mente por los libros, mentiría.
¿Por qué tentó a Cristo con esas cosas raras? Con la Bobobrígida o algunas de las otras animalitas de Dios que nos hacen el honor de diver­tir a la plebe porteña; con la llave del Banco Central; o con las urnas lle­nas de votos en el Congreso, yo lo tiento a cualquiera. Pero ¿con pie­dras, con vuelos sin motor, con promesas fantásticas de imperios uni­versales?...
El diablo sabía que Cristo era un varón religioso -lo había visto pre­pararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto arder como una gran fogata en oración continua-; y lo tentó como a un hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio traducido por Straubinger dice: “la primera fue una tenta­ción de sensualidad”... Es un error. Las tres fueron tentaciones de sober­bia. El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cua­resmas tan rigurosas como Cristo.
El diablo es la mona de Dios, puesto que querer ser como Dios fue su caída y es su constante manía. El diablo tienta prometiendo o dando las cosas de Dios: lo mismo que Dios nos ha de dar si tenemos espero y fidelidad: Cristo podía procurarse pan con esperar un poco –“y los án­geles se lo sirvieron”- sin necesidad de un milagro. El diablo nos empuja, nos precipita, es la espuela del mundo: nos invita a anticipar, a desflorar, a llegar antes. A los primeros hombres les dijo: “Seréis como dioses” que es efectivamente lo que Dios se propuso hacer y hace, por medio de la adopción divina (la gracia elevante) y la visión beatífica, con el hom­bre. “Entonces seremos como Él, porque le veremos como Él es”, dice San Juan. Eva pecó porque codició una anticipación de la visión divina. No podemos ser tentados sino de acuerdo a nuestro natural.
Así pues a Jesús lo tentó de acuerdo a su natural con lo mismo que Él había de lograr un día: Cristo había de convertir las piedras de la gen­tilidad en el pan de su Cuerpo Místico, conforme a aquello: “Creéis vo­sotros que de estas piedras no puedo yo sacar hijos de Abraham?” Cris­to había de volar visiblemente a los cielos delante de sus apóstoles y unos quinientos discípulos. Finalmente, Cristo algún día ha de ser Rey Universal del mundo entero, como lo es desde ya en derecho y esperanza.
El diablo está hoy día tentando a la Humanidad con un Reino Uni­versal obtenido sin Cristo con las solas fuerzas del hombre. Todo ese gran movimiento del mundo de hoy (la ONU, la UNESCO, la Unión de las Iglesias Protestantes, los Grandes Imperialismos, las promesas de “mil años de paz” por parte de los Conductores) representa esa aspiración irrestrañable de la Humanidad al Milenio, a su unidad natural y pacífica, a su integración como Género Humano.
Es inútil oponerse a esa aspiración actualísima -se equivocan los ul­tra-nacionalistas- porque es un anhelo que está en las entrañas de la evo­lución histórica del mundo, como que es una promesa divina. Pero el diablo quiere llegar antes. Los cristianos sabemos que esto vendrá, pero que sólo puede venir con y por Cristo; y que esta manera como se está haciendo ahora, no podemos aceptarla, porque es la vasta preparación del Anticristo. “Si esto es servir a la patria, a mí no me gusta el cómo”. De manera que aparecemos como impotentes por un lado; como atra­sados y reaccionarios por otro. Paciencia.
La Iglesia hoy día aparece en plena crisis; no puede conseguir la paz de los pueblos, la necesidad más urgente del mundo, está confusionada dentro de sí misma; no hace más que tomar medidas y actitudes aparente­mente negativas: Syllabus, Juramento antimodernístico, prohibo esto, prohibo lo otro. No está a la cabeza de la “civilización” como en otros tiempos, no hace más que tirar hacia atrás: es que la “civilización” ha en­trado por un mal camino; por el de la Torre de Babel. Camino satánico.
“Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero; todo esto te daré si ca­yendo a mis pies me adorares”.
Un hombre algún día aceptará este trato. No sé qué día. Un amigo mío que se las echa de profeta dice que ese hombre nacerá en 1963 y será Emperador en 1996. Yo creo que ni él ni yo lo sabemos. Yo al menos no lo sé.
No es necesario saber mucho griego ni latín para predecir que la Igle­sia será tentada, si Cristo fue tentado; y lo será con las mismas tentaciones de Cristo.
Podríamos decir quizá que en la Edad Media fue la primera, en el Re­nacimiento la segunda y ahora la tercera tentación. Así para entendernos; aunque las tres funcionan juntas, mirándolo bien.
La primera tentación es ésta: por medio de lo religioso procurarse cosas materiales -como si dijéramos cambiar milagros por pan- la cual puede llegar a un extremo que se llama simonía, o venta de lo sagrado. Pero los curas también tienen que comer y la Iglesia necesita bienes. Yo no niego que la Iglesia necesita bienes, lo que yo sé es que hay una rayita finita, pasada la cual los “bienes” se convierten en males. De modo que el efecto más bien viene a ser tomar el pan y convertirlo en piedra; mila­gro al revés; como por ejemplo hacer grandes templos de piedra donde falta el pan de la palabra divina, “de la cual, como del pan, vive el hombre”, contestó Cristo a Satán.
La segunda tentación es por medio de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y “la gloria que dan los hombres”. Y también es verdad que la Iglesia necesita buen nombre, porque una de las notas dis­tintivas de la verdadera religión es que sea santa. Y así uno de los prin­cipales argumentos de San Agustín contra los herejes y paganos eran las plano; y la corrupción de lo mejor, es la peor. Hablando de Savonarola, el cardenal Newman dijo: “La Iglesia no puede ser reformada por la de­sobediencia...”, y su interlocutor le contestó: “Mucho menos por la crueldad, mi caro Cardenal”. El Asceta puede ser tentado de dureza de corazón, de inhumanidad, de crueldad. “Mi hija se ha vuelto cruel como el avestruz”, dice Dios por el Profeta.
Ésta es la última tentación, de la cual Dios me libre y guarde; y sobre todo, que Dios libre y guarde a los otros. Como dijo el jachalero Ramón Ibarra cuando se peleó a cuchillo con Dionisio Mendoza y lo querían sujetar: “¡Asujetelón! ¡Asujetelón! ¡Asujetelón al otro! ¡Que yo, mal que bien, me asujeto solo!”.

R.P. Leonardo Castellani, tomado de su obra “El Evangelio de Jesucristo”.


[1] Alude a la novela teológica de C. S. Lewis, Out of the silentplanet.