domingo, 15 de septiembre de 2013

Sentido común… ¿Sentido qué?


Después de un trabajo de varios siglos de destrucción, se ha logrado acabar por fin con aquello antes conocido como, “sentido común”.
Ese sentir había logrado aquel  glorioso apelativo habiéndose instalado en una mayoría suficientemente amplia como para poder ser llamado, “común”.
Aunque nunca llegó su triunfo a ser total, perfecto y completo (como toda cosa humana, perecedera y falible) sin embargo, había logrado instalar un cierto grado de sensatez general. Esto venía siendo sostenido, en parte, por una sabiduría popular durante siglos, registrada y archivada en la memoria de las gentes en los dichos y en  los refranes populares. Digo bien, en parte, porque la raíz, lo más importante, se afincaba en la instrucción y en la vivencia de la religión desde la infancia: El sentido de lo sagrado; el saber que el hombre es solo una criatura dependiente; la responsabilidad sobre su propio destino; y no solo sus derechos en la sociedad sino también sus propios deberes para con ella; El sentido de ésta vida; el saber que existe lo bueno y lo malo, y que no está permitido hacer cualquier cosa sin antes considerar no solo el bien individual sino también el social; que las acciones buenas o malas no terminan clausuradas en nuestro pequeño mundo individual sino que tienen una repercusión en todos los demás seres y las cosas que nos rodean. Que cada acción nuestra se difunde a nuestro alrededor como las ondas en una fuente de agua; que aún nuestra vida interior tiene una influencia afuera de nosotros, para bien o para mal; Que existía un juicio después de la muerte con un premio o un castigo in eternum. Y todas estas cosas conformaban un intrincado tejido capaz de cobijar y, a la vez, de dar un piso en donde afirmarse para poder andar. Todo esto llegó a conformar naturalmente un sentir común acerca de todas las cosas. Llegó a formar aquello  conocido como el “buen sentido” o sensatez, a tal punto de haber merecido llamarse “sentido común”. Pero a causa de su liquidación y expulsión de la sociedad toda, (celebrado por algunos como un triunfo) podríamos llamar a los restos esparcidos de aquel sentido otrora común, sobreviviente ahora solo en pequeños islotes, cada vez más raros, como el sentido menos común que existe. Entonces existirá desde ahora otro tipo de sentir común. Es el de sentirse los hombres navegando todos a la deriva, sin brújula y sin destino cierto de nada. Ya no hay piso en donde apoyar los pies para poder andar, ya no hay un norte que nos guíe, no hay brújula, no hay mapas. Solo cantos difusos de sirenas engañadoras, cantos halagadores del egoísmo y de placeres que dispersan y embrutecen al hombre; Y fuerzas titánicas desatándose por todas partes y agitando furiosamente las olas sobre las que flotamos. El cielo ha sido ocultado y cerrado con las espesas nubes de locas ideologías, manejadas por los pocos poderosos que azuzan el caos para reinar desde sus tronos seguros y ocultos en esas mismas oscuridades. Ha sido abierto un negro abismo debajo de los hombres. La trascendencia hacía arriba ha sido suplantada por otra, hacia abajo, hacia las cavidades infernales. Síntoma claro manifiesto ya en la música, el cine y el arte todo (incluido el sacro, o lo que quede de él).  Es que quieren comenzar una sociedad nueva y un mundo nuevos desde el cero. Diabólica ilusión que ignora la verdadera naturaleza del hombre y de todas las cosas. Se crea la máquina de una sociedad teórica y tecnológicamente perfecta y, luego, se pretende meter al hombre dentro de ella y, si el hombre se rompe, no será culpa de la máquina sino del hombre. Entonces habrá que remodelar al hombre. Hacer un hombre nuevo, para que pueda funcionar dentro de la sociedad-máquina, sin romperse.
Sin considerar que lo que podría funcionar allí adentro no puede ser jamás el hombre natural sino un hombre artificial, un hombre máquina, un robot. Me retracto. Sí. Han considerado al hombre natural. Al hombre tal como le conocemos, o lo que va quedando de él. Al hombre, por decir así, naturalmente humano. Entonces hay que remodelar a este hombre. Hacerlo más maleable, más afín, más adecuado a la máquina. Y esto sería, precisamente, un robot – piensan los ideólogos ayudados por sus tecnócratas – y un robot no se romperá además de poseer  una ventaja adicional. Y esta ventaja es esta,  el robot puede ser programado para que no se rebele. Los robots no se rebelan, no pueden como robots que son. Solo hay que saber “fabricarlos”, programarlos. Y los medios de comunicación han logrado ya muy significativos avances en este sentido. Hasta ahora ha significado más que un buen ensayo. Tal vez haya aún que hacer algunos “ajustes” con otros “métodos auxiliares”. La máquina ya está en marcha. Hemos anestesiado bastante al paciente como para lograr una operación sin demasiados inconvenientes. Siempre habrá algunas reacciones ante el dolor por herir a la naturaleza. Pero eso ya ¡qué importa! Lo que importa realmente es lograr esa sociedad “perfecta”, matemáticamente perfecta. Científicamente perfecta. Creada solo por el hombre y hecha a su medida. No más misterios. Una sociedad de laboratorio, una sociedad clínicamente esterilizada ante posibles virus. Ya no habrá el antiguo y obsoleto “sentido común”. El obsoleto sentido común de antaño era, no solo un fruto natural de la humanidad, sino que había sido “tocado” y transformado por el cristianismo. Por eso ya no sirve más. Desde ahora habrá de haber un nuevo sentido de las cosas, de todas las cosas, y regirá desde hoy. El Anticristo ha hablado.

Carlos Pérez Agüero