jueves, 6 de octubre de 2016

La batalla de Colombia.


La batalla de Colombia

Por César Félix Sánchez Martínez

            A lo que ocurrió el domingo 2 de octubre en Colombia le quedan cortos los clichés de «hecho histórico» o «un antes y un después». No recuerdo ninguna otra elección donde los resultados de las encuestas oficiosas discrepasen tanto con el resultado final. Las encuestas aseguraban dos tercios de apoyo para el Sí. Por otro lado, de manera en algo semejante a los comicios previos al Brexit, el coro unánime de los medios de comunicación nacionales e internacionales apostó por el caballo equivocado, con excepción de un misterioso ramalazo de rechazo de último momento por parte de algunos espacios menores influidos por el lobby del exilio cubano, usualmente dentro de medios mainstream norteamericanos a favor del acuerdo.
                       
            Hemos explicado en un artículo anterior las muchas iniquidades del acuerdo de paz. La sorpresa, por tanto, es que los colombianos hayan podido darse cuenta de lo evidente, cosa que es bastante meritoria en un mundo signado por las presiones e intoxicaciones mediáticas (como nos consta en las últimas elecciones presidenciales nuestras), que tratan de empequeñecer espiritualmente a los pueblos con espantajos como el «prestigio internacional» y el «riesgo-país». Pero el pueblo colombiano ha demostrado su valía, incluso ante una lid bastante desigual.
           
            Santos, que había declarado días atrás que votar por el no significaba, no la posibilidad de una renegociación, sino la continuación irremediable de la guerra, ahora acaba de asegurar en mil idiomas que «respeta la decisión» y que la paz no se encuentra comprometida y sigue en camino, bajo nuevos términos de consenso nacional. Evidentemente no se puede esperar coherencia –gracias a Dios –en un personaje que declaró también que si perdía el acabaría renunciando. Timochenko ha asegurado prácticamente lo mismo. Parece que la noticia del inminente Apocalipsis que anunciaban es un poquito exagerada.

Lo más sorprendente de todo fue que no todos los días pierden juntos una misma elección las FARC, la izquierda internacional (bolivariana, bolchevique y posmoderna), ETA –que elogió el acuerdo y lo vio como un modelo –, la ONU, Obama, Vargas Llosa, Raúl Castro, PPK e incluso el papa Francisco –que llegó a declarar, con su usual vehemencia, que «Santos se jugaba entero por la paz», condicionando prácticamente su viaje -«para enseñarles la paz a los colombianos» - a la firma del acuerdo.

¿Qué unía a tan diversos personajes en el apoyo a esta causa? Pues parece que se desarrollaba una gran maniobra del ajedrez global. El atlanticismo, el núcleo duro del llamado Nuevo Orden Mundial, pretendía establecer un laboratorio hemisférico de un experimento geopolítico osado. Una «primavera colombiana», bajo medios inéditos pero con un fin semejante a las árabes. Como se sabe, el bloque bolivariano colapsa de manera irremediable. Cuba, eternamente colonial, lo sabe, y ha empezado a escuchar los cantos de sirena de Obama, ante los buenos oficios de Francisco (muy curiosamente las relaciones fueron restablecidas el día de cumpleaños del Sumo Pontífice). Parece ser, entonces, que Rusia –el gran enemigo del atlanticismo – se queda sin cabezas de playa en el hemisferio de Estados Unidos. Las ganancias de Rusia en otros lugares del mundo –la pervivencia de El Assad, el relativo appeasement de Erdogan (una relativa compensación por la relativa deriva hacia «el Imperio» de Raúl Castro) – debían resarcirse con una pérdida en Sudamérica. Diseñar controladamente una Colombia progresista, gobernada por una izquierda al estilo Democratic Party –moderadamente controlista en la economía, radical en la reingeniería social anticristiana y en la demagogia mediática populista – serviría a la perfección para los intereses de Estados Unidos: crear y controlar una nueva izquierda latinoamericana postbolivariana, dejarla que caotice y fragmente el patio trasero, pero reconducirla al campo sutil de la dominación geopolítica, sin que Rusia pudiese ya contar con sus viejos amigos hemisféricos, reciclados por el enemigo, y, por tanto, sin facilidades para restablecer sus cabezas de playa. Este copamiento de las izquierdas latinoamericanas por parte de EEUU era un proceso que venía desde hace mucho, bajo el paraguas de USAID y el National Democratic Institute, y a través, también, de la transformación, bastante rociada de dinero, de los bolcheviques sudamericanos en «ideólogos de género» y «defensores de los derechos sexuales».

 Sin embargo, la maniobra arreció especialmente en el 2013, luego del estancamiento de la «primavera árabe». Allí se pudo ver cómo, por obra de mágicas consignas, algunas figuras se convirtieron de rábidos antibolivarianos en figuras dialogantes y empáticas con los caudillos populistas latinoamericanos, quizá en busca de conducirlos a los pastos más verdes de Washington D. C. El ejemplo más característico es el del cardenal Bergoglio, enemigo de los Kirchner y de su corte de los milagros (Bonafini et al.) y luego como, Francisco, su entusiasta y hospitalario amigo. Tanto los primeros  informes del cónclave –donde se filtró el entusiasmo del gran elector norteamericano Dolan por la candidatura del argentino –, el hecho de que su semblanza, cuando fue proclamado hombre del año por Time, estuviese a cargo de Obama, la filtración de correos hackeados a George Soros (prócer atlanticista y pionero del copamiento de las izquierdas) que revelaban su apoyo económico  a la visita del Papa a EEUU y la inusual ira del Pontífice ante la figura de Trump y las recientes maniobras militares ruso-sirias en Alepo, hablan claramente de cuál es la filiación verdadera de Francisco.

 El esperado golpe de popularidad que tendría Santos con el acuerdo de paz –y el posible Premio Nobel- , las loas de dignatarios y la visita del Papa en un país todavía visceralmente católico servirían para una transmisión controlada del poder (casi semejante a su entronización de hace algunos años por parte de Uribe) y quizá un cogobierno con la izquierda, con el apoyo tímido –para no escandalizar – de la flamante bancada de las FARC. En verdad, una nueva Colombia estaba en ciernes, cuyo modelo sería fácilmente exportable a una nueva Venezuela.

Sin embargo, no contaban con los imponderables del sufragio universal. Los corifeos del Nuevo Orden Mundial manejan con maestría el llamado «arte real», el arte de manipular sutilmente las conciencias y las acciones, enseñado desde antiguo en las logias. Los grandes medios de comunicación y los intelectuales y artistas dóciles –incluso y especialmente dóciles en su aparente rebeldía e iconoclastia – son los instrumentos privilegiados para esta «fabricación del consenso», en palabras de Noam Chomsky. El único problema es que la gente ya no les cree. En Europa, la gota que derramó el vaso fue el sistemático y grotesco engaño respecto de la crisis de los seudorefugiados, último gran favor turco al atlanticismo, y al escamoteo de sus consecuencias delincuenciales. El Brexit, el crecimiento de Trump, el auge del Partido de la Libertad austríaco y este referéndum demuestran que su capacidad de manipulación ya no es omnímoda, como hace quince años.
El Nuevo Orden Mundial, organizado en torno al complejo industrial y militar norteamericano y el poder financiero británico –atlanticismo-, difundido por la ONU y sus organismos y dirigido espiritualmente por cierta «sociedad de pensamiento» cosmopolita de viejísimos orígenes hebraicos, tiene como objetivo acelerar el camino a una ecumene materialista antropocéntrica (el hombre como Dios para el hombre, anunciado por Francis Bacon) y a un gobierno mundial, sutilísimo, primero, y luego abierto. Es una versión más, quizás la más peligrosa, de la perenne revolución anticristiana. Versiones más antiguas o limitadas de esta, quizá incluso surgidas del N. O. M en sus épocas primigenias, son ahora viejos escollos para su marcha desesperada, a infiltrar y transbordar o a destruir.[1] Por alguna razón que sus fautores mismos no alcanzan a explicar, el N.O.M presiente que se le acaba el tiempo.

¿Qué hará, entonces, ahora, en que el triunfo se le escurrió de las manos en Colombia, en la misma Colombia, donde Estados Unidos arraigó desde hace bastante tiempo una influencia inmensa en el ámbito de la inteligencia estratégica? En primer lugar, no perder la calma y reactivar y estimular a sus aliados olvidados en la derecha liberal colombiana y latinoamericana. En segundo lugar, retroceder tácticamente y luego afianzar una ofensiva, quizá esta vez con intentos de desestabilización de sus enemigos más intensos y directos en otros frentes. Este retiro táctico también significará el abandono de sus empleados y aliados en los que invirtió y que se han demostrado más inútiles de lo esperado. Es en ese sentido que, en un artículo reciente, Antonio Socci habla del pánico de Francisco por una posible derrota demócrata. Muy probablemente, el Departamento de Estado le baje el dedo y el episcopado norteamericano –el de la Costa Este, que es el que parte el pastel – le retire sus apoyos, lo que dejará al pontífice argentino en las manos ávidas de venganza de las partes todavía no desarticuladas del Episcopado italiano y de los restos de la Curia. Quizá le espere a la Sede Romana una fase de anarquización que hará palidecer a la behetría actual en la que está envuelta.

¿Qué le queda, por su parte a Rusia?  Quizá ya ha llegado la hora de darse cuenta de que el arquetipo del revolucionario latinoamericano –pequeñoburgués e inorgánico – no significa más una alternativa viable y estable para sus intereses. Quién sabe si no está en ciernes la aparición de una opción hispanoamericana auténticamente popular, cristiana y patriótica, que sirva como una suerte de palo en la rueda del mundialismo en el hemisferio. Y quizá esta reacción pueda comenzar en Colombia, que parece, en estos días, haber sido tocada especialmente por la Providencia.



[1] Uno de estos casos es el del sionismo conservador, junto con su brazo colonial, el Republican Party, que parecen estar a punto de ser descartados